Es un libro de ensayos
publicado por el escritor argentino en 1963. Trata principalmente sobre el
oficio de escritor, la literatura, el sentido de la ficción y de la novela, y
en general busca esbozar una problemática filosófica en torno a la narrativa de
su época.
No es un manuscrito que pueda
leerse a la ligera; más aun a mí me tomó leerlo un año, y no porque sea
extenso, sino por la densidad de los temas que aborda. Yo diría que es un libro
de filosofía literaria, si es que puede caber este término; o de filosofía del
arte literario.
Sabato toca varios temas, y no
de manera superflua, independiente de la extensión del escrito que no lo es
poca. La relación de la literatura con la política, con la filosofía, con la
historia, y hasta con la economía. Y esta última descripción tal vez pueda
sonar muy frívola, ya que si bien es cierto someramente se puede hacer esta
descripción, el autor llega a estas relaciones desde puntos de vista
divergentes.
El autor de El túnel, Sobre héroes y tumbas, y Abaddón
el exterminador, nos sumerge en una profunda reflexión sobre el sentido del
quehacer literario y de la ficción. Para él, la novela es un producto de los “tiempos
modernos”, cuando la Edad Media empieza a desfallecer atosigada por el
capitalismo, la técnica y la razón. La novela es un producto contemporáneo,
según Sabato; es una expresión artística que busca describir y transmitir al
lector los dramas del hombre actual.
Para el autor, la novela
verdadera, la novela que trasciende, es aquella que trata esa problemática. El
escritor se transmuta en un filósofo, porque intenta encontrar la verdad a
partir de la ficción que está creando. Hay una obsesión constante en Sabato:
utilizar la literatura y la novela para ahondar en la condición del hombre;
para descubrir el drama de su vida, para entenderlo, o por lo menos, para
llevarlo a la superficie de los sentidos y hacerlo visible a los ojos de los
demás.
Creo que Sabato le quiere dar
un sentido trascendental a la literatura, a la novela; ¿en serio lo tiene? Me
pregunto; ¿es la literatura y la novela un medio eficaz de descubrimiento de la
verdad? La respuesta es no. Sin embargo, el autor argentino –que también lo
sabe, aunque no lo quiera confesar- ubica esta expresión artística en un plano
de necesidad, de requerimiento espiritual, de destino ineludible, de
importancia suprema. Creo, y lo digo humildemente, que a Sabato se le va la
mano.
¿Quién soy yo para decir esto?
Nadie; en cambio, él fue un grande; un excelente escritor leído por millones de
personas. Y todavía es leído. Yo soy un aprendiz de escritor, de artista, y
siempre lo seré; ¿cómo me voy yo a igualar con Sabato, o con Borges, o con
Cortázar? Ni punto de comparación. Empero, tengo mis propias ideas sobre estos
tópicos.
Creo que la literatura es un
arte, es una expresión artística a la cual se le pueden administrar diferentes
propósitos: filosóficos, artísticos, recreativos, lúdicos, moralizadores, políticos,
etc. La literatura es tan compleja como el hombre mismo, no es unidimensional.
Sabato quiere darle una dimensión filosófica y desecha las otras esferas o
propósitos. Es válido, ese es su punto de vista. Yo no lo comparto.
Por ejemplo, Sabato desdeña la
novela policíaca; dice que es netamente recreativa, que solo busca divertir al
lector e incluso al escritor. Que no es gran cosa. Que no logra obtener el
sentido de la novela: indagar en el drama humano, en la problemática del
hombre. Para él, la novela problemática –como él la llama- es la auténtica y
verdadera novela.
Creo que el escritor de El túnel parte desde un prejuicio
artístico, y es el de la utilidad del arte mismo. Él quiere darle una
trascendencia sin igual como ya lo dije, una importancia universal. Sin
embargo, como todo arte, está diseñado para administrar o satisfacer diferentes
necesidades, una de esas necesidades es la filosófica, que es la que obsesiona
a Sabato. Pero, ¿y la recreativa? ¿Y la política? ¿Y la educadora o
moralizante? ¿No son literatura? ¿No son necesidades que deban ser satisfechas?
Este es el prejuicio del autor.
Sin caer en la banalidad, o en
la frivolidad, podemos asegurar que la literatura como arte puede cubrir todas
estas expectativas, sin que ninguna sea mejor que la otra. Si un escritor
quiere divertir a sus lectores, es válido; si un escritor quiere enviar
mensajes moralizantes a sus lectores, es válido; si un escritor quiere exponer
el drama humano a través de sus obras para reflexionar sobre este, es válido.
Yo no creo que la literatura
sea unidimensional. Como todo arte, como toda creación humana, es una actividad
compleja; no creo que se puedan desdeñar las diferentes esferas de esta, para
dejar solo una. Obviamente, El escritor y
sus fantasmas no es un ensayo fácil, yo lo estoy minimizando hasta un punto
de verdadera profanación. Doy una visión demasiado global sobre este, y creo que
caigo en la desafortunada superficialidad. Pero, para que yo sea absuelto por
el tribunal de la historia y de los eruditos, debo decir que esta es la idea
central de todo el libro.
“Dios no escribe novelas”
sentencia Sabato; estas son un producto de los humanos como seres imperfectos.
Estoy de acuerdo, pero los humanos no solo escribimos novelas para comprender
nuestro drama, también lo hacemos por diferentes motivos y con objetivos
disímiles. La “novela problemática” no es la auténtica novela; los otros géneros
son tan relevantes como cada autor lo quiera. Debe abonársele a Sabato esa
preocupación por enaltecer el oficio de escritor de ficción, de novelas; él
busca que este oficio no sea considerado banal. Esta preocupación es
irrelevante porque cada escritor hace de su oficio lo que él quiera. Si quiere
convertir al arte literario en una religión, es respetable; si quiere
convertirlo en una filosofía es respetable; si quiere convertirlo en una
diversión, es respetable. El ser humano es tan complejo, como el mismo escritor
argentino lo advierte durante todo el libro; es por esto que la literatura
tiene diferentes objetivos y sentidos. ¿Cuáles? Los que cada escritor quiera
brindarle. Por eso los hombres escribimos novelas, porque queremos ser
creadores; porque queremos divertirnos, o preocuparnos, o simplemente por
hacerlo.
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