El
primer libro que leí por cuenta propia fue Cien
años de soledad. Con una prosa impecable, una fantasía exuberante, y un
método narrativo genial, la novela más conocida del Nobel colombiano me
deslumbró y desanimó cuando la abordé. ¿Por qué me desanimó? Porque creía que
yo jamás escribiría así, y pues jamás he escrito así, y jamás lo haré, sin
embargo, con el paso del tiempo la narrativa de García Márquez me impuso un
camino a emular, por lo menos.
¿Qué
es el realismo mágico? Un mundo imaginario que se parece a la realidad. Así de
sencillo, y no al revés. Ese fue el mundo en el que vivió Gabo, en el que
vivimos todos los fantasiosos, todos los escritores de ficción. La meta-realidad
dirían algunos, la creación de universos paralelos a través de la palabra y del
lenguaje.
Hoy
en día, hay una nueva generación de escritores que tratan de emular a García Márquez,
de seguir sus pasos, más no de imitarlo. Y es que imitar a Gabo es muy difícil,
imposible, él era único, admirable narrador de prosa encantada. Todos los
escritores de ficción practican el realismo mágico, creamos mundos ficticios
parecidos a la realidad cotidiana, a la que detectan nuestros cinco sentidos.
Los escritores colombianos, y los escritores en general, nunca alcanzaremos a
García Márquez porque el proceso creativo es único, irrepetible, inimitable,
solitario, y original; cada escritor tiene una vida, y esa vida es imposible de
calcar.
Otras
novelas de Gabo que también leí, fueron: El
amor en los tiempos del cólera, El
general en su laberinto, Crónica de una muerte anunciada, Memoria de mis putas tristes, y la
autobiografía Vivir para contarla.
Tengo pendiente leer El otoño del
patriarca, la novela –que según decía su autor- era la más estudiada y
examinada de toda su obra. Siempre he admirado la prosa de Gabo, aunque debo
confesarlo no era mi escritor “mentor”, podríamos llamarlo así, porque García
Márquez no era un escritor para escritores, era un escritor para todo el
público, y por eso es que su estilo era tan pulcro y tan poético.
Que
a García Márquez le gustaba el poder, que le atraía el poder, ¿y a quién no?
Todo ser humano quiere mandar, ordenar, generar influencia; todos los hombres
tenemos esa tentación, lo que pasa es que Gabo se dejó llevar por sus
instintos, por sus inclinaciones, y por eso tuvo como amigos a presidentes, a
políticos, a ideólogos, a periodistas, a empresarios, a gente con mucha
influencia, le gustaba juntarse con los poderosos; como a mí me gusta el
chocolate.
Al
ser entrevistado Vargas Llosa –otro premio Nobel, y examigo de Gabo- a raíz de
la muerte del escritor colombiano, sentenció: “Sus
novelas le sobrevivirán y seguirán ganando lectores por doquier”. Ese es el premio del artista, del
creador: la inmortalidad. García Márquez –como bien lo dijo Vargas Llosa-
seguirá vivo en sus libros, en sus cuentos, en sus crónicas, en sus ensayos, en
sus discursos, en las entrevistas que concedió; y así pensaremos que no se ha
ido, sino que pasó a una dimensión donde ya no hay hambre, ni frío, sino solo amor.
Maestro
García Márquez, nunca lo conocí personalmente, pero al leer sus novelas y su
obra es como si lo hubiera hecho. Todos tenemos la impresión de que se nos
murió un amigo, alguien cercano, alguien que nos divirtió y que nos puso a
pensar, alguien que desató una pasión, alguien que nos retó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario