El objetivo supuesto
de la filosofía es encontrar la verdad. Durante siglos, los denominados
filósofos han acudido a innumerables procedimientos para conseguirla. Pero, ¿la
literatura puede servir a ese propósito? La literatura es un arte, es una
creación, es una expresión del espíritu humano, sin embargo, su utilización
como procedimiento filosófico es –por decir lo menos- extraño.
Los escritores que se
autodenominan como “problemáticos” buscan darle un objetivo irreal a la
literatura. De hecho, lo que menos debe buscar la literatura es la verdad. En
primer lugar porque, ¿qué es la verdad? ¿No es ella una creación intelectual de
los hombres? ¿Una utopía, una vana creencia? ¿Una quimera? Los hombres nunca
conocerán la verdad, porque ella es irreconocible. Los hombres somos finitos,
la verdad es infinita. Allí está el problema. A lo sumo podemos vivir la
verdad, pero no conocerla.
De esta forma,
utilizar la literatura para conocer la verdad es estúpido. Es una pérdida de
tiempo. Sin embargo, esos escritores “problemáticos” tratan de convertir el
oficio artístico en un pretendido oficio filosófico. ¿Por qué? Tal vez por
complejo de inferioridad; creen que su ocupación es un trabajo menor, por eso
tratan de darse importancia. Cuando escribo ficción, y ejerzo el arte
literario, no pretendo con ello buscar o encontrar la verdad, sólo pretendo
hacer arte.
Así es el arte, sólo
arte, no es más ni menos. La creación artística tiene diferentes motivaciones,
no sólo una; algunos escritores ejercen el oficio para divertirse, otros lo
hacen como una catarsis, otros buscan la fama; y sí, es verdad, algunos quieren
conseguir la verdad. Pero, tachar de banales o de superficiales a quienes no
quieren darle una connotación filosófica al arte, me parece arrogante.
La literatura lúdica
es tan válida como la literatura filosófica (si es que así podemos llamarla).
Desde que existe el hombre, éste hace arte. Lo prueban los dibujos del arte
rupestre. Con el paso del tiempo, la civilización se ha hecho compleja. Y con
la complejidad de la civilización han llegado las ideas complejas. La
entelequia creada por el pensamiento ha enredado al hombre, lo ha hecho un ser
angustiado y desesperanzado. Los filósofos le dan vueltas y vueltas a un
problema sin tener en cuenta que desde el principio su búsqueda de la verdad
está llamada al fracaso.
La verdad no se puede
conocer –lo repito- sólo se puede experimentar. Y eso es lo que hacemos todos
los días: experimentar la vida, experimentar la verdad. No sabemos cómo llegó
el sol a iluminar nuestro planeta, pero el hecho es que está ahí, y eso nos
reconforta. La vida está ahí para ser experimentada, no para ser conocida.
La literatura de los
escritores problemáticos: la literatura filosófica, está llamada por eso al
fracaso. Podemos abandonarnos en razonamientos, disquisiciones, paradojas,
silogismos, todos ellos filosófico-literarios, sin embargo, y lo digo de una
vez: fracasarán en sus objetivos.
Eso es lo
interesante, lo llamativo, lo atrayente de la literatura: que no es un
mecanismo. No es un utensilio para lograr otras cosas. Porque es un arte, y el
arte sólo sirve para actuar, para crear, para inventar, para hacer. El arte es
un acto, es una acción que no tiene fines, aunque algunos se lo quieran dar. El
arte es absurdo, es ilógico, y hasta irracional. Hablar de arte lógico es
ilógico, porque no hay nada más irracional que el arte.
Sí, hay escritores
que quieren darle relevancia científica o académica a la literatura. Eso es
estúpido. La literatura no se puede estudiar como si fuera el mono de un zoológico, sólo se puede disfrutar. Es como
si yo elaborara una teoría formal sobre el sabor de la pasta italiana. ¿Cómo
puedo describir un sabor? ¿Cómo puedo transmitir una sensación gustativa a
través de las palabras? No lo puedo hacer, y si lo hiciera estaría haciendo el
ridículo.
Es verdad, hay
corrientes literarias, como el romanticismo, el neoclasicismo, o el realismo
mágico. Sin embargo, todas esas escuelas o corrientes no son más que
clasificaciones caprichosas. Cuando García Márquez escribió “Cien años de
soledad” no se dijo a sí mismo –o eso creo yo-: “Voy a escribir una novela que
se clasifique como de realismo mágico”.
Cualquier intento
escolástico de encajonar el arte es superficial, e incompleto. Cuando el
artista le da a su arte un toque deliberado, o una finalidad deliberada, para
ser encasillado o etiquetado, me parece que ese artista no hace arte. Ese
artista hace proselitismo, o academia, pero nunca arte.
Los
escritores-filósofos pueden –y están en todo su derecho- filosofar. Pueden
tratar de encontrar la verdad. Yo creo que eso es utópico. Cuando escribo, gozo
con la acción de escribir. Cuando el lector lee mis cuentos y mis novelas, goza
con su lectura –eso espero-; pero ni ellos, ni yo queremos encontrar la
verdad.
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