J.D Salinger: uno de mis escritores favoritos




El premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez cuenta una anécdota en su libro “Vivir para contarla”. Dice Gabo, que un día se encontró en la habitación donde vivía -con un compañero en Bogotá-, una copia del libro “La metamorfosis” de Franz Kafka. Gabo decidió leer el libro desprevenidamente. Se tiró en la cama, y leyó las primeras líneas. Su reacción –dice él- fue alucinante. “¿Esto se puede hacer?” se preguntó el futuro Nobel. Él se refería al relato que hace Kafka con respecto a un hombre que se convierte en insecto. La reacción de Gabo fue tan intensa, que después de abordar la historia se lanzó a la redacción de un cuento.

Lo que le ocurrió a García Márquez, me pasó a mí, pero con un escritor diferente a Kafka. Se trató de J.D Salinger. Este prosista norteamericano murió en enero 2010 después de publicar novelas como “El guardián entre el centeno”, “Franny y Zoey”, y “Levantad, carpinteros, la viga del tejador; y Seymour: una introducción”. Salinger publicó varios cuentos en revistas como “The New Yorker” –donde alcanzó gran notoriedad-, sin embargo, la fama le llegó de manera apoteósica cuando se lanzó “El guardián entre el centeno”.

Salinger decidió recluirse en una finca rural en el estado de New Hampshire. Desde los años 60’s prefirió alejarse de la prensa, de los medios de comunicación, y del público en general. Se volvió un ermitaño. Desde aquellas épocas decidió no publicar más. Sin embargo –según algunas entrevistas excepcionales que concedió- todos los días, hasta su muerte, escribió. Él estaba fuertemente influenciado por las religiones orientales, en especial, por el budismo zen y el yoga. Sus allegados decían que Salinger pensaba que podía lograr la iluminación a través de la escritura.

Sobre este escritor se generó todo un culto. “El guardián entre el centeno” se convirtió en la guía de una multitud de jóvenes, y en la década de los 60’s la venta de los libros fue enorme. Sin embargo, la celebridad de la novela adquirió unos visos extraños cuando el asesino de John Lennon confesó que era admirador de la historia, y que incluso llevaba un ejemplar de la misma cuando disparó contra el ex Beatle. Para rematar, a otro loco que atentó contra el presidente Reagan, se le encontró en su casa una copia de “El guardián entre el centeno”. 

Hace algunos años, leí un artículo de Ricardo Silva Romero en la revista “Gatopardo”. Silva Romero se refería a Salinger; incluso, todavía tengo guardado un ejemplar de ese número de “Gatopardo”. Me picó la curiosidad y decidí buscar las novelas de este escritor en las librerías locales. Efectivamente, terminé leyendo “El guardián…”; y mi reacción, fue muy parecida a la que tuvo Gabo con Kafka. “¿Esto se puede hacer?” me pregunté. La literatura de Salinger es apabullantemente sencilla, escalofriantemente sencilla. Narra aspectos cotidianos con una simplicidad agobiante. Y digo agobiante, porque para un escritor la estética generalmente está asociada al adorno idiomático -o por lo menos eso hacen los grandes escritores clásicos-, sin embargo Salinger no muestra esa floritura estilística en sus escritos.

Después de investigar un poco más; descubrí que este narrador norteamericano estaba muy influenciado por otro escritor llamado Antón Chéjov, un prosista ruso. Los cuentos de Chéjov manejan el mismo estilo de Salinger; narran la cotidianidad, y también son muy simples. Investigando, aún más, también descubrí que Salinger aconsejaba a los escritores noveles no caer en la trampa de lo “complicado”. ¿Cómo así? Pues él decía que para escribir se debían resolver los problemas narrativos acudiendo a la simplicidad. En la biografía que hizo de él su hija Margaret, denominada “El guardián de los sueños”, ella describe ese aspecto de la vida artística de J.D Salinger.   
  
De esta forma, el arte literario se torna más dinámico. Indudablemente el “estilo Salinger” me encanta, y eso fue lo que descubrí al leer “El guardián entre el centeno” y “Nueve cuentos” –una compilación de narraciones elaborada por el mismo escritor-. Mario Vargas Llosa, a contrario sensu, decía que el arte de escribir era algo difícil. Que él sufría mucho al escribir. Yo, en lo particular, no comparto esa forma de ver el oficio literario. Soy más salingeriano en ese aspecto, que vargasllosista.

Para las personas que empiezan a escribir, y que quieren hace ficción, es muy aconsejable que lean a Salinger. Es un punto de vista, sin embargo, tal vez a algunos no les llame la atención su estilo y a otros sí. Pero, en mi caso, me sirvió mucho para decidir cuál era el rumbo narrativo que deseaba seguir. 

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Foto: Wikipedia.  

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